Edson lleva cuatro meses en una relación serodiscordante, es decir, conformada por una persona VIH positiva y otra seronegativa. Encontró a su ahora novio a través de una aplicación para conocer gente. Cuando tuvieron su primera cita, Edson no tenía intenciones ni de empezar una relación ni de acostarse con él. Pero se llevaron bien; la plática fluyó, se dieron cuenta de tener gustos en común.
Volvieron a salir, fueron al cine, luego tomaron un café. Después de un tiempo tuvieron relaciones sexuales y fue entonces que comenzaron a involucrarse en el aspecto emocional. Se hicieron novios, y tres semanas después el chico le confesó ser seropositivo.
Edson ejerce como médico terapeuta familiar. Tiene 29 años. Para titularse realizó una tesis en la que su objeto de estudio fueron las parejas serodiscordantes. Realizó pruebas con nueve parejas, así como entrevistas para conocer sus historias de vida. Participaron tanto heterosexuales como homosexuales que debían vivir juntos, estar en una relación de más de tres años o tener hijos.
Todos los casos, “a diferencia de lo que la mayoría de la gente puede pensar”, como opina Edson, coincidieron en que, al momento de que uno revela tener VIH, el otro lo apoyaba y se mantenía a su lado. Los 18 individuos siguieron viviendo su respectiva relación, como cualquier otra pareja.
Justo como los casos que estudió, él decidió quedarse con su novio.
“Al inicio fue como algo normal, porque trato pacientes con VIH. Luego mi mente cambió al comenzar a conocerlo como mi pareja. Tuve miedo, pero no a salir contagiado. Mi sensación fue más de miedo a terminar la relación. Mi preocupación era que él se sintiera mal, porque lo relacioné con una de las conclusiones de la tesis, que era el miedo que sienten a que por su culpa su pareja salga contagiada”.
Mientras realizaba las entrevistas, pensó que esas personas tenían más recursos para llevar una relación sana, pues generaban vínculos que los hacían más estables. Los vio dentro de una dinámica satisfactoria, gracias a sus acuerdos en cuestión de cómo viven su sexualidad.
Estas cualidades las adoptó con su pareja, pero como en toda relación se corren riesgos, y una noche tuvieron un accidente con el preservativo.
Por ello actualmente se encuentra en tratamiento de Profilaxis Post Exposición (PPE), al cual se tiene acceso sólo en pocos estados y que resulta un beneficio para parejas serodiscordantes.
Consiste en la toma de medicamentos antiretrovirales por un tiempo aproximado de 28 días. Se debe ingerir dentro de un periodo en el que se es candidato a recibirlo: durante las primeras 72 horas posteriores a que una persona negativa mantiene contacto sexual de riesgo con una pareja positiva o de estado serológico incierto, en caso de mantener sexo casual.
Lo recibe de manera gratuita en un centro de salud y con esta medida anula el riesgo de contraer el virus y lo utiliza como último recurso para prevenir la transmisión.
Esta experiencia le ha hecho compararse con una pareja heterosexual que vive una sexualidad activa. Siente que entre ellos pueden tener la duda de que en algún momento ella quede embarazada. Entonces extrapola esta duda a su vida. Se pregunta si algún día él saldrá contagiado, a lo que se responde:
“En todo caso, en vez de boda, se celebraría un funeral. Aparte de que tienes ese miedo a la muerte, tu pareja puede tener el miedo de haberte sentenciado de muerte. Sin embargo, para mí significa un compromiso, no un temor”. Edson y su novio son sólo uno de los múltiples casos de serodiscordancia en el estado.
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Foto: Cuartoscuro
Jalisco, históricamente, se ha caracterizado por un alto número de casos de infección por VIH. Actualmente el estado ocupa el cuarto lugar en el país, con más casos acumulados desde 1986, cuando se comenzó el registro nacional.
México es parte de un sándwich epidemiológico, pues se sitúa entre las estadísticas de Estados Unidos y Centro América ―como Belice, Guatemala, Honduras y Nicaragua― donde se registran más casos. México cuenta con un 0.25 por ciento de prevalencia, a comparación con los países del sur, donde se registra entre el .5 y uno por ciento.
Parte de lo que permite controlar una epidemia en una región es entender la “cascada de atención”, concepto que comprende el número de personas reales con VIH en una comunidad. Por medio de campañas de salud se detectan a quienes saben que son seropositivos y los que lo desconocen.
Las personas que lo ignoran no toman tratamientos, por lo que llevan la transmisión a la comunidad. Para impedir esto se han disparado en los últimos años la cantidad de pruebas gratuitas.
Ariel Eduardo Campos Loza, secretario técnico del Consejo Estatal para la Prevención del SIDA (Coesida) en Jalisco, declara que el año pasado se repartieron de 63 a 65 mil pruebas, a comparación de 2013, cuando se reportaron entre 15 y 20 mil. Seis de cada 10 pruebas se realizan en instituciones de salud, mientras que las otras cuatro se hacen mediante organizaciones civiles.
Los avances en detección temprana actuales en Jalisco distan mucho de lo que se vivía hace algunas décadas en otros estados. Luis Fernando, por ejemplo, recuerda claramente la situación de Tepic, Nayarit, en el año de 1996, cuando supo que vivía con VIH.
En aquel entonces sólo se contaba con pruebas de ELISA, con las cuales se debía esperar ocho días para obtener los resultados. Ahora se pueden saber al instante. No existía el seguro popular ni tampoco una cobertura universal de medicamentos. Y los tratamientos que se recibían implicaban efectos secundarios graves.
En cambio, actualmente tan sólo el Hospital General de Occidente atiende cerca de mil pacientes activos bajo el tratamiento adecuado. Jalisco se encuentra dentro de la media nacional, con 0.025 por ciento de la población con VIH. Es decir, dos o tres personas de cada mil. Luis Fernando es actualmente un ciudadano jalisciense que forma parte de esta estadística.
Para él, saberse mortal es estar consciente de que llegará un día en el que se abandonará el cuerpo. Por eso, a sus 43 años se concentra en perfeccionarse como terapeuta holístico y activista. Ya no se preocupa más de vanidades, como las que ocupaban su cabeza a los 26 años, cuando era un muchacho que sólo se preocupaba por lucir bien, conocer nuevas cosas y experimentarlo todo en la vida. A sus 26 años lo único que le importaba era la juventud y la belleza. A sus 26 años también lo diagnosticaron como VIH positivo.
“Yo no me planteaba la muerte, ni una enfermedad como una posibilidad en la vida. Llegó el diagnóstico como un balde de agua fría y me hizo pensar qué tanto valor sustancial tenía lo que entonces era importante para mí. Entonces conocí algo que se llama mundo interior, mucho más importante que mi apariencia exterior”.
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Foto: Cuartoscuro
Antes de llegar a esta reflexión, Luis Fernando tenía la costumbre de hacerse cada año una prueba de detección. Lo hacía desde que tenía 23. Hacerse la prueba era su rutina. Recuerda que en el 93, cuando recibió su primer diagnóstico negativo, salió insatisfecho del hospital, porque necesitaba escuchar cómo seguir teniendo prácticas sexuales de manera saludable.
En cambio sólo recibía amenazas y le inculcaban un temor hacia sí mismo. Y era joven. Llegaban las noches y con ellas la fiesta. En la madrugada el alcohol se mezclaba con el éxtasis de la música y los cuerpos, hasta que terminaba con alguien en la cama.
Tener 26 años y tener VIH no iba de la mano con la belleza y la juventud que tanto lo motivaban. Entonces cruzó por su cabeza la opción del suicidio. “¿Quieres la vida o no?”, se preguntó, “pero supe que se puede negociar con uno mismo el querer estar aquí, cuántos años y para qué. Decidí seguir aquí para conocerme, hacer una introspección, ser honesto conmigo mismo”.
Ahora vive con quien considera es el amor de su vida. Se conocieron en una reunión de amigos y salieron por ocho meses. Desde 2014 viven juntos y sin temor a ser serodiscordantes, pues en la experiencia de Luis Fernando los servicios de salud en Jalisco tienen un buen control virológico. La unidad de VIH del Hospital Civil Viejo tiene el control del 95 por ciento de sus pacientes bajo tratamiento médico.
También en los centros de salud se impulsa un programa de búsqueda de pacientes perdidos. Coesida registra un primer grupo de 100 pacientes reincorporados a su tratamiento desde hace seis meses. Varios de ellos desatendieron su salud debido a barreras biopsicosociales, como el temor al estigma de la discriminación, a la enfermedad misma o por específicas condiciones sociales y económicas.
No fue sino hasta 2012 que se dio a conocer mundialmente que las dosis adecuadas en tiempos estipulados pueden hacer que el virus llegue a un estadio indetectable. Esto no quiere decir que haya desaparecido, sino que se encuentra a una mínima escala, lo cual implica un 96 por ciento menos de probabilidad de transmitirse si se mantiene bajo el tratamiento antirretroviral indicado de por vida.
“Ese hallazgo para mí fue fundamental porque, aunque había tenido relaciones en pareja, me vivía a mí mismo como una especie de foco de infección”, comparte Luis Fernando, “me permitió quitarme esa etiqueta”. Por muchos años vivió con miedo a compartirle los rastrillos a su pareja, incluso no quería dejar juntos los cepillos de dientes. “Hoy no más. Tan sólo tenemos el cuatro por ciento de riesgo, pero seguimos protegiéndonos. Yo no me voy a exponer a tener alguna coinfección, tampoco voy a exponer a mi pareja. Vivimos en una relación libre de culpa”.
Foto principal: Refugio Ruiz
La entrada Serodiscordancia, una forma de vida libre de culpa aparece primero en La Jornada Jalisco.